Cuando queremos hacer una impresión digital en color no solemos ir más allá de lo que vemos en pantalla. Que el paraguas es azul, pues que salga azul, ¿no? No nos damos cuenta de que esto no es tan simple como cabe imaginar. Por eso, cuando empiezan a hablarnos de CMYK y RGB nos llevamos las manos a la cabeza.
Al no iniciado puede parecerle que volcar sobre el papel la gama de colores que registra el ojo humano no tiene mayor misterio, pero sí que lo tiene, vaya que sí. Aquí queremos explicarte cuál es el proceso que se sigue y por qué es importante tenerlo en cuenta para obtener la mejor calidad en el resultado final.
Un poco de teoría del color
Seguramente ya sepas que existen lo que llamamos colores primarios, que son los que no proceden de la mezcla de otros colores, y que esto depende de cómo percibe el ojo humano las diferentes longitudes de onda de la luz.
También sabrás que no es lo mismo hablar de colores primarios en la luz y en el pigmento. En el primer caso, la suma de colores da blanco (es un proceso aditivo). En el segundo, la suma de colores da negro (es un proceso sustractivo, porque absorbe o refleja distintas longitudes de onda).
O sea, que el color que vemos y el color que pintamos no es el mismo, ni puede serlo por una serie de cuestiones biológicas y técnicas. Lo que se consiguen al intentar plasmar sobre el papel los colores de la luz es una aproximación que “engaña” al ojo, por así decir.
Cian, Magenta, Yellow y Key
Los colores primarios tradicionales en pigmento son los que nos enseñaron en el colegio: rojo, amarillo y azul. Con tres lápices de esos colores podemos, haciendo diferentes mezclas, obtener un gran número de colores secundarios. Sin embargo, los resultados suelen alejarse demasiado de la realidad que percibimos a través del ojo, y faltan matices.
En la actualidad, en ciencia e industria, se emplean como colores primarios el cian, el magenta y el amarillo. Las combinaciones permiten representar una gama cromática más amplia y más cercana a la que podemos ver a nuestro alrededor.
¿Y eso de key? Es negro. ¿Y por qué no lo llamamos negro, o black? Esa K viene del término inglés key plate, que es, en impresión tradicional, la plancha base, la que contenía la mayor cantidad de información (y de tinta). Pero un momento: si la suma de cian, magenta y amarillo da negro, ¿por qué se usa tinta negra?
Llevando el color real al papel
Ya te dijimos que la vida real no era tan sencilla como el modelo teórico. Si usáramos los tres colores primarios para conseguir negro tendríamos varios problemas:
- No se consigue un negro “puro” (los pigmentos nunca son iguales a los del modelo teórico).
- Mezclar las tres tintas humedece el papel (en la mayoría de los casos), con resultados indeseables.
- Los detalles se pierden; utilizar las tres tintas para conseguir líneas finas o tipografía daría resultados borrosos.
- La tinta negra es más barata.
Así, en realidad se trabaja con cinco colores: los tres colores primarios (CMY), el negro y… bueno, el blanco, presente en los espacios en los que no se aplica ninguna tinta. Porque, aunque nos lo parezca (recuerda que todo esto es un engaño al ojo), no toda la superficie de una imagen tiene tinta…
Aquí entra en juego una técnica esencial: el semitono. Cuando imprimimos se emplean en realidad puntos en una trama con un tamaño y espaciado diferentes en función del tono que queramos conseguir (como en la imagen anterior). Así, mezclando los colores en distintas tramas podemos obtener una gama enormemente amplia y realista. Siempre que no te acerques demasiado o recurras a una lupa…
CMYK y RGB: la conversión imposible
Pero aquí no acaba la cosa. De hecho, aquí es donde empieza cuando hablamos de impresión digital de calidad. Porque el salto de la pantalla (luz) al papel (pigmento) implica pasar de un modelo de color a otro: del RGB al CMYK.
RGB (rojo, verde y azul por sus iniciales en inglés) son los tres colores primarios de la luz. Teóricamente son los complementarios de CMY. Un color complementario es el opuesto de otro en el círculo cromático y procede de la suma de los otros dos primarios; o sea, que el cian es complementario del rojo y resulta de la mezcla de verde y azul. Por ejemplo.
Pero esto, ay, es la teoría. Las conversiones nunca son perfectas. Una imagen digital es en realidad un parámetro numérico en el que cada color va del 0 (ausente) al 255 (saturación total); ejemplo, 255,0,0 es el color RGB rojo. Las pantallas 24-bit permiten multiplicar las combinaciones en el llamado código hexadecimal de colores HTML a más de 16 millones.
La tinta, por otra parte, es física, real, cuando se mezcla “pasan cosas”. No obstante, los impresores se las han ingeniado bastante bien para lograr acabados realmente buenos en cuatricromía aplicando la técnica de semitonos (y algunas otras) en combinación a veces con el uso de tintas planas en ófset y según el papel que se emplee.
Así que, si quieres que lo que se imprima se parezca a lo que tienes en mente, hay que convertir la paleta RGB a CMYK (aquí por ejemplo) y tener muy presente una cosa: es posible convertir RGB a CMYK sin mayor problema, pero a la inversa (de CMYK a RGB) resulta arriesgado: es muy difícil que una imagen en CMYK pasada a RGB vuelva a convertirse en CMYK respetando los colores del modelo original.
¿Complicado? Elige una imprenta digital profesional
Es decir, que siempre habrá cierta diferencia entre lo que vemos en pantalla y lo que vemos sobre el papel; la buena impresión es aquella en la que la diferencia es mínima. Saber todo esto te ayudará a optar por un servicio de imprenta online de calidad.